Por Marlen Dayré Pérez
La más tierna expresión de amor y fervor cristiano de una pareja ocueña, ataviada a la usanza de tiempos ancestrales, que une sus vidas a través del sagrado sacramento del matrimonio; es la más representativa muestra de tradición que se manifiesta en el Festival Nacional del Manito.
Este festival que este año se celebra del 15 al 18 de agosto, en Ocù, provincia de Herrera, es una vitrina al turismo interno y la marquesina donde se posan diversos eventos folclóricos que buscan conservar, mantener y fortalecer las danzas, bailes y tradiciones de los “manitos ocueños”.
Justine y Felicito Higuera recibieron el sagrado sacramento del matrimonio hace dos años, en la Iglesia San Sebastián de Ocù frente a la mirada de cientos de feligreses, que año tras año presencian tan hermosa ceremonia campesina, tradición habitual dentro del calendaro de actividades del festival.
Asegura Justine, quien además de cantar tamboritos y ser una excelente danzante es Trabajadora Social del MIDES en Herrera; que la seguridad que tienen como pareja, el respeto y el deseo de que Dios bendiga su unión, hizo que fueran escogidos mediante sorteo como la pareja que sin lugar a dudas, vivió esta inolvidable experiencia.
“No tengo palabras para describir lo felices que estamos; porque casarse en las fiestas del Manito es un verdadero orgullo, que solo lo podemos describir quienes amamos nuestras raíces y vivimos nuestras tradiciones” dijo emocionada la joven mientras abrazaba a su esposo con el que mantiene seis años de matrimonio por la vía civil.
Radiante, hermosa y con la luz en la mirada que tienen sólo aquellas mujeres enamoradas de sus costumbres y tradiciones, lució una sencilla pollera montuna (llamada así, por ser el atuendo “del monte”) de color blanca. Con poco maquillaje como es usual y sus peinetones a los lados adornados con capullitos blancos, entrelazadas con cintas del mismo color como símbolo de la pureza y la virginidad de las novias, como se acostumbra.
Mientras que Felicíto, lució más sencillo, con una camisilla estilo guayabera blanca, pantalón negro, cutarras y su sombrero blanco ocueño, típico de esta región.
Y es que los manitos ocueños, son hombres y mujeres de características muy definidas, no solo en su exterior, sino también en sus manifestaciones sentimentales. Es común escuchar la acoplada saloma del campesino, quien con su machete al hombro y gastadas cutarras emprende su recorrido hacia al campo a trabajar la tierra.
Mientras que en la humilde vivienda el olor a tortilla y café caliente, recién bajados del fogón, entre pisadas de caballos y el cacareo de las gallinas al amanecer; de esta manera, hace más de 40 años atrás, pasaban sus días entre muchas vicisitudes Aristìdes Aparicio y su esposa Dominga quienes vivieron esa experiencia el 4 de septiembre de 1977.
Recuerda Dominga que era común levantarse muy temprano y buscar los huevos frescos para el desayuno de los niños, así como recoger los nances de la época en batea; la misma que usaba para limpiar el arroz y quitarle la cascara que le queda al pilarlo.
“No teníamos agua potable, utilizábamos pozo brocal y los niños eran muy colaboradores, a todos les poníamos tareas y nos ayudaban sin “refunfuñar”, explicó la dulce abuela de siete niños y orgullosa de dos biznietos.
Comenta “Tide”, como cariñosamente le dicen, que se ganaba la vida como peón, ordeñando vacas desde muy temprano, y que consumían lo que sembraban y que de esta manera criaron a sus tres hijos, hoy día profesionales y excelentes personas, gracias al Patrono San Sebastián.
Recrear estas faenas, trayendo a la memoria la forma de vivir de una población costumbrista, aferrada a formas de trabajar; de gozar y sufrir los sinsabores del acontecer diario; es el verdadero motivo que impulsó a un grupo de educadores ocueños a realizar este festival.
Actividad que con el pasar de los años concentra mayor cantidad de personas de todas partes del país, incluyendo extranjeros que buscan estas fechas para visitar el poblado, ayudando a la capacidad hotelera de ciudades vecinas, que se preparan con tiempo para tan importante actividad.
La Maestra Zoila de Castillero , folclorista y amante de sus tradiciones; explica que reciben solicitudes de parejas de casi todos los poblados del distrito y que mediante un sorteo escogen a la misma; cuyo requisito único es estar casados o en convivencia y ser ambos de Ocù o alguno de sus corregimientos.
“Entre mejoranas, cantos de dècimas, bailes y danzas autóctonas la pareja de recién casados recorre el poblado encima de un caballo blanco y bajo un paraguas negro, rumbo a festejar con sus seres queridos esta nueva unión por Dios y San Sebastián” relata la educadora lo que sucede una vez que la pareja nupcial sale del templo después de ser bendecidos.
Una hamaca en mitad del escenario, sancocho y arroz blanco en totumas, dulce de leche, bollo, lechona y la tradicional chicha de maíz o chicha de junta en calabazos; será el brindis que degustarán los esposos quienes disfrutarán de los tradicionales bailes de los “manitos ocueños” celebrando su unión ante amigos y todo el poblado, en un acto abierto en la tarima principal de la Feria de San Sebastián.
El Duelo del Tamarindo, las juntas de embarra, la carga del rancho para la nueva vivienda, el traslado de enfermos en hamaca; son solo una de las representaciones que los poblanos realizan durante el tradicional desfile el último día del festival.
Todas estas postales se reviven en la mente de los visitantes de este importante evento único en Panamá; que fortalece la identidad del hombre y mujer del campo; donde hace muchísimos años atrás el transporte no llegaba y las noches eran muy largas por falta de servicio eléctrico, pero nunca faltó la mano franca del manito como muestra de hermandad y solidaridad entre campesinos.